Este es el coro de la canción, “Show You Love,” por Jars of Clay. Sabía esta canción desde antes de este verano, y pensaba yo que la entendía. Pero hasta que tuve un niño de tres años en mis brazos en medio de Jocotenango, Guatemala, este verano, no la entendí realmente.
Tuve la oportunidad de pasar dos semanas en Guatemala en un viaje de servicio el julio pasado. Trabajé en una guardería financiada por el gobierno de Guatemala en Jocotenango, cerca de Antigua, una de las ciudades principales del país. La guardería tiene aproximadamente sesenta niños en tres clases: una clase para los niños de dos y tres años de edad; una clase para los niños de cuatro y cinco años de edad, y una clase para los niños de seis años de edad.
Es necesario entender que “financiada por el gobierno” en Guatemala no significa mucho. La educación pública en Guatemala necesita mejorar mucho. Antigua es una de las ciudades más ricas en Guatemala, pero todavía es muy pobre. Mi guardería, llamada CEIN-PEIN El Pedregal, tuvo que cambiar edificios tres veces el año pasado porque no tenía suficiente dinero para el alquiler. Las aulas son demasiado pequeñas, el jabón es raro, los juguetes son viejos, los crayones están rotos. Los uniformes – un requisito en todas las escuelas en Guatemala – no son una opción para algunos de los niños más pobres. Para algunos otros, son sucios y desgastados.
Pero todavía, estos sesenta niños son los más felices de todo el mundo. En realidad, obtuve muchísimo más de este viaje y de estas personas de lo que obtuvieron de mí.
Los niños obviamente no hablaban inglés, ni las maestras tampoco, y mi español es definitivamente limitado, pero no importaba. En estas dos semanas, aprendí el poder de una sonrisa, un abrazo, un beso en la mejilla, y un “¡Hola!” en la calle. Aprendí cuán similares todos los seres humanos son realmente, no importa el país. Estos niños de Jocotenango son esencialmente lo mismo que los niños de Boston. Juegan los mismos juegos; tienen los mismos chistes y las mismas rimas – sólo en idiomas diferentes. También fuera de la guardería, en las calles de Antigua, en los mercados, y en los autobuses: me humillé viendo cuán similares todos los seres humanos son: blancos, negros, estadounidenses, guatemaltecos, los hombres, las mujeres, lo que sea. El amor, la familia, la amistad, la religión, el trabajo, los deportes: estas cosas son universales.
Oscar, de tres años, besó mi mano y la sostuvo en su mejilla. Lloraba cuando perdía mi atención en otro niño. Dominic, de cinco años, me abrazó firmemente y me dijo que nosotros seríamos amigos para siempre. Fernando, de tres años, me dio una imagen que hizo con su madre la noche anterior, para decir “adiós” mi último día en la guardería. Jensy, de dos años, después de dos semanas de ser un malcriado, finalmente se sentó en mi regazo y me permitió abrazarlo muchas veces durante mis últimos días. Tuve una ronda de aplausos cuando traje los crayones baratos a la guardería desde el mercado. Me dolió al principio cuando me faltaban las palabras en español para decirles a estos niños, a estas maestras, y a mis otros amigos guatemaltecos el amor y la gratitud que sentí por ellos, pero ahora entiendo que esto no importaba. Aquellos besos, aquellos abrazos, y aquellas sonrisas: fueron suficientes. Son sólo lo que los seres humanos necesitan realmente: amar y ser amados. Y el amor es lo mismo en todos los idiomas. Estoy tan feliz que aprendí una verdad tan importante este verano en Guatemala.
“Voy a mostrarles a ustedes el amor en todos los idiomas.” por Caitlin Lezell
Este es el coro de la canción, “Show You Love,” por Jars of Clay. Sabía esta canción desde antes de este verano, y pensaba yo que la entendía. Pero hasta que tuve un niño de tres años en mis brazos en medio de Jocotenango, Guatemala, este verano, no la entendí realmente.
Tuve la oportunidad de pasar dos semanas en Guatemala en un viaje de servicio el julio pasado. Trabajé en una guardería financiada por el gobierno de Guatemala en Jocotenango, cerca de Antigua, una de las ciudades principales del país. La guardería tiene aproximadamente sesenta niños en tres clases: una clase para los niños de dos y tres años de edad; una clase para los niños de cuatro y cinco años de edad, y una clase para los niños de seis años de edad.
Es necesario entender que “financiada por el gobierno” en Guatemala no significa mucho. La educación pública en Guatemala necesita mejorar mucho. Antigua es una de las ciudades más ricas en Guatemala, pero todavía es muy pobre. Mi guardería, llamada CEIN-PEIN El Pedregal, tuvo que cambiar edificios tres veces el año pasado porque no tenía suficiente dinero para el alquiler. Las aulas son demasiado pequeñas, el jabón es raro, los juguetes son viejos, los crayones están rotos. Los uniformes – un requisito en todas las escuelas en Guatemala – no son una opción para algunos de los niños más pobres. Para algunos otros, son sucios y desgastados.
Pero todavía, estos sesenta niños son los más felices de todo el mundo. En realidad, obtuve muchísimo más de este viaje y de estas personas de lo que obtuvieron de mí.
Los niños obviamente no hablaban inglés, ni las maestras tampoco, y mi español es definitivamente limitado, pero no importaba. En estas dos semanas, aprendí el poder de una sonrisa, un abrazo, un beso en la mejilla, y un “¡Hola!” en la calle. Aprendí cuán similares todos los seres humanos son realmente, no importa el país. Estos niños de Jocotenango son esencialmente lo mismo que los niños de Boston. Juegan los mismos juegos; tienen los mismos chistes y las mismas rimas – sólo en idiomas diferentes. También fuera de la guardería, en las calles de Antigua, en los mercados, y en los autobuses: me humillé viendo cuán similares todos los seres humanos son: blancos, negros, estadounidenses, guatemaltecos, los hombres, las mujeres, lo que sea. El amor, la familia, la amistad, la religión, el trabajo, los deportes: estas cosas son universales.
Oscar, de tres años, besó mi mano y la sostuvo en su mejilla. Lloraba cuando perdía mi atención en otro niño. Dominic, de cinco años, me abrazó firmemente y me dijo que nosotros seríamos amigos para siempre. Fernando, de tres años, me dio una imagen que hizo con su madre la noche anterior, para decir “adiós” mi último día en la guardería. Jensy, de dos años, después de dos semanas de ser un malcriado, finalmente se sentó en mi regazo y me permitió abrazarlo muchas veces durante mis últimos días. Tuve una ronda de aplausos cuando traje los crayones baratos a la guardería desde el mercado. Me dolió al principio cuando me faltaban las palabras en español para decirles a estos niños, a estas maestras, y a mis otros amigos guatemaltecos el amor y la gratitud que sentí por ellos, pero ahora entiendo que esto no importaba. Aquellos besos, aquellos abrazos, y aquellas sonrisas: fueron suficientes. Son sólo lo que los seres humanos necesitan realmente: amar y ser amados. Y el amor es lo mismo en todos los idiomas. Estoy tan feliz que aprendí una verdad tan importante este verano en Guatemala.