Por: Kayla Ramsay
Una casa humilde y rústica está en la Calle Hillcrest en East Bridgewater, Massachusetts. Cuando estás en el porche trasero de la casa, puedes ver el patio con la piscina que está rodeada del jardín de mi madre. Desde el porche el patio se ve como un paraíso.
Cuando abres la puerta, los perros corren o saltan por encima de los escalones porque todos están tan emocionados por salir. Cuando estás caminando a la piscina, sientes el sol en tu piel y en tu pelo. Hueles las flores y la piscina. Caminas sin zapatos en la hierba caliente y suave. Entras en la cerca blanca que refleja del sol muy brillante en tus ojos. Ves a los perros corriendo para mirar entre la cerca más grande para ver quién está en el barrio. Les parece divertirse corriendo y protegiendo el patio. Caminas en el cemento que se siente caliente y áspero en sus pies.
El brillo del sol halaga los colores de las flores espléndidas. El jardín está lleno de flores azules, amarillas, anaranjadas, moradas, rojas y rosadas. Es como una selva. La belleza del jardín es un resultado de todo el trabajo duro de mi madre. Escuchas los sonidos del viento ligero, los pájaros, el filtro de la piscina, y si quieres, música. Mientras los perros exploran el jardín, caminas alrededor de la piscina en el tiempo caluroso. Me encanta estar sola con mis perros y disfrutar la paz y el silencio. No pienso “cómo está mi pelo” o “tengo que llevar algo que me queda bien.” Me encanta oír las patas de mis perros en el cemento. En una vida extremadamente ocupada, es preferible de vez en cuando sentarme y solamente descansar sin pensar.